Una vez en el pueblo, la visita a su santuario es mágica. Su modestia y pulcritud refuerzan el encanto que le proporcionan su ubicación y sus leyendas. La escasez de ornamentación en la iglesia cede todo el protagonismo al retablo del altar, presidido por la figura de San Andrés al que acompañan los demás apóstoles.
La puerta oeste de la ermita se abre hacia un lugar prodigioso, un mirador hacia la inmensidad del Océano Atlántico enmarcado, en un lado, por un cruceiro y, al otro, por una espontánea e inesperada palmera, la única del lugar. Sin embargo, la magia de San Andrés de Teixido se supera y a este paisaje se le suma su privilegiada orientación hacia poniente, desde donde contemplar el sublime espectáculo de la puesta del sol sobre el piélago.
En este mismo espacio se ocultan unos escalones de piedra que descienden hasta una cueva mística e íntima, donde la gente entrega a San Andrés exvotos, velas, imágenes y demás ofrendas peculiares con la finalidad de pedirle un favor o en agradecimiento por habérselo concedido.